Con una mirada esquiva y un rostro inseguro se presentó aquel muchacho. Son las ocho de la noche y aquella experiencia de un joven que vivió el alcohol y las drogas empezó a ser narrada en una conversación que en nombre de dos desconocidos se la hizo en la vereda de una calle.
En medio de la aparente conversación un tiroteo de gestos y expresiones empezaron a dispararse, de aquellas que te hacen creer que no tendrá sentido hablar, porque ¿quién te asegura que te digan la verdad? Nadie, quizás porque nadie tiene planeado contar su vida a un desconocido. Sin embargo hay momentos que se hicieron para escuchar.
Transcurren los minutos de la noche y el muchacho de en frente ya no era un desconocido, se convirtió en un ser humano diciendo que fue el tipo de niño que nunca quiso serlo, simplemente porque nunca vivió su niñez, adelantó su etapa de infancia por una que sin su consentimiento le tocó asumirla. Le conocen como “el gato”, para el que lo haya visto no cabe duda de serlo tiene 23 años, es el mayor de dos hermanas y vive con sus padres.
Por el momento no deja de ser el típico joven de barrio que forma parte de una familia más y que al ver a dos que tres conocidos lo saluda pretencioso y amigable. Fue ese deseo de hurgar en el pasado lo que desnudó su antigua adicción, aquella que inició a sus 11 años.
Con un rostro ceñido lleno de ironía sus palabras eran contundentes, su entorno familiar le hizo creer que el alcohol era normal, pues el primer invitado de cada fiesta, asegura “era el trago”. Con un tanto de ironía recuerda que, “veía como mi tío tomaba y era el payaso del grupo; mi papá tomaba y era buena gente que regalaba plata”.
Es así que la primera vez que ingirió alcohol fue a sus 11 años en su propia casa, en una fiesta familiar en el que equivocadamente creía que era normal.
Desde que tuvo 13 años le gustó estar con personas mayores, creyendo que podía aparentar ser alguien que no lo era “quise ser el más fuerte de la casa, el centro de atención del grupo, quise ser como se dice en el lenguaje de la calle el más vivo”. En medio de ideas erradas y amistades equivocadas empezó a robar, haciéndole creer fuerte y mejor hombre.
A sus 15 años su adicción al alcohol se hizo más fuerte, a los 17 inició consumiendo drogas como marihuana, base de cocaína, cocaína, y pipas. Sin duda con su adicción hizo sufrir a muchas personas, muchas veces amanecía acostado en las calles. “soporté ver llorar a mis padres, a mis hermanas. A amigos suplicándome que deje de hacerlo, mientras yo en un parque borracho y drogado me hundía lentamente”.
Fue a sus 19 años que le internaron en una clínica de rehabilitación tras haberle encontrado en su habitación intentando matarse. Los recuerdos que nunca se irán de su mente asegura que serán aquellos días que estando internado en una clínica de rehabilitación tuvo que sufrir hambre, maltrato, días en que debió soportar gritos y humillaciones; ocasión en la que por primera vez debió pedir perdón por todo el daño causado a su familia.
Cree que el sacrificio que tuvo que hacer como: levantarse temprano, tender su cama, recibir terapia todo el día, no ver por mucho tiempo a su familia fue el precio que pagó para hoy poder ser alguien nuevo, con la oportunidad de volver a soñar.
Tras la serenidad y simpatía que aparenta tener, esconde un pasado que a pesar de haberlo avergonzado hoy lo anima a ser diferente y superarse, gracias al apoyo de su madre ha conseguido muchas cosas, está trabajando ha logrado comprar un carro y una moto.
Hoy “el gato” es un joven muy agradecido con Dios, y todos los días en su cuarto ora pidiendo por todos esos jóvenes que están pasando por un problema de alcohol y drogas, insiste que lo que se necesita para cambiar es “voluntad” porque el resto lo hace Dios, si hoy cuenta su historia no lo hace por aparentar y sentirse osado de sus logros asegura, sino porque cree que de 100 personas que conozcan su pasado una le va a escuchar. “Porque todo es posible por más imposible que parezca”.
martes, 3 de julio de 2012
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